Descubre la sabiduría de Viktor Frankl en cada frase de su libro
Segunda fase
Segunda fase
“Si hay un sentido en la vida, entonces debe haber un sentido en el sufrimiento. El sufrimiento es parte sustancial de la vida, como el destino y la muerte. Sin ellos, la existencia quedaría incompleta.
(Viktor Frankl)
En esta segunda etapa del recorrido por El hombre en busca de sentido, nos adentramos en una dimensión más silenciosa, más íntima, pero no menos profunda. Ya no se trata solo del impacto del horror inmediato, sino de la forma en que el alma humana resiste, se adapta y busca conservar su dignidad incluso en las condiciones más extremas.
Aquí, Viktor Frankl nos permite asomarnos a la lucha por no perder la humanidad. A través de sus palabras, aparecen temas que siguen resonando en nuestras propias vidas:
- La apatía como una forma de protección ante el sufrimiento.
- El hambre, la despersonalización y la pérdida de identidad.
- El valor de conservar la dignidad interna cuando todo alrededor se desmorona.
- La importancia de los pequeños gestos: el humor, un pensamiento bello, una imagen querida.
- La posibilidad de elegir una actitud, incluso cuando todo parece perdido.
- La libertad espiritual como núcleo inquebrantable del ser.
- El sufrimiento como una tarea personal, única e irrepetible.
Esta etapa no es fácil. Pero tampoco lo es la vida cuando nos empuja a nuestros propios límites. Por eso, en cada fragmento encontrarás una reflexión desde la Logoterapia para ayudarte a acercarte a tu propia experiencia, y actividades que no buscan respuestas correctas, sino momentos para detenerse y mirar hacia adentro.
Te invitamos a continuar este recorrido con calma, con apertura y con la certeza de que incluso en medio de la oscuridad, existe un sentido por descubrir.
“Las reacciones descritas empezaron a cambiar a los pocos días. El prisionero pasaba de la primera a la segunda fase, una fase de apatía relativa en la que llegaba a una especie de muerte emocional.
Aparte de las emociones ya descritas, el prisionero recién llegado experimentaba las torturas de otras emociones más dolorosas, todas las cuales intentaba amortiguar. (Pág. 21)
Estuve algún tiempo en un barracón cuidando a los enfermos de tifus; los delirios eran frecuentes, pues casi todos los pacientes estaban agonizando.
Apenas acababa de morir uno de ellos y yo contemplaba sin ningún sobresalto emocional la siguiente escena, que se repetía una y otra vez con cada fallecimiento. Uno por uno, los prisioneros se acercaban al cuerpo todavía caliente de su compañero. (Pág. 22)
Desde la Logoterapia, el impacto inicial de los prisioneros al llegar al campo de concentración, muestra la reacción natural del ser humano ante una situación extrema. Es impresionante cómo la capacidad de adaptación del ser humano, puede ser vista como un intento de encontrar sentido incluso en medio del sufrimiento más profundo. Buscar un propósito en estas circunstancias es clave para mantener la esperanza y la fuerza interior.
La apatía, el adormecimiento de las emociones y el sentimiento de que a uno no le importaría ya nunca nada eran los síntomas que se manifestaban en la segunda etapa de las reacciones psicológicas del prisionero y lo que, eventualmente, le hacían insensible a los golpes diarios, casi continuos. (Pág. 23) El aspecto más doloroso de los golpes es el insulto que incluyen. Si un hombre resbalaba, no sólo corría peligro él, sino todos los que cargaban la misma traviesa. (Pág. 23-24) Cada paso que daba constituía una verdadera tortura. Durante las largas marchas sobre los campos nevados se formaban en nuestros zapatos carámbanos de hielo. Una y otra vez los hombres resbalaban y los que les seguían tropezaban y caían encima de ellos. (Pág. 25)
La apatía, el principal síntoma de la segunda fase, era un mecanismo necesario de autodefensa. La realidad se desdibujaba y todos nuestros esfuerzos y todas nuestras emociones se centraban en una tarea: la conservación de nuestras vidas y la de otros compañeros. Era típico oír a los prisioneros, cuando al atardecer los conducían como rebaños de vuelta al campo desde sus lugares de trabajo, respirar con alivio y decir: «Bueno, ya pasó el día.» (Pág. 26)
Desde la Logoterapia esta apatía, es una forma de autodefensa ante el sufrimiento extremo. Esta falta de sensibilidad emocional les ayuda a lidiar con el dolor y la desesperanza, permitiéndoles centrarse en lo esencial, la supervivencia. Frankl observa cómo, a pesar de los golpes y el sufrimiento, los prisioneros se esfuerzan por conservar sus vidas y las de sus compañeros cuando dicen, bueno, ya pasó el día. Esto refleja una pequeña victoria diaria, que les da un respiro en medio del horror. Esta búsqueda de significado, incluso en los momentos más difíciles, es fundamental para mantener la esperanza y la dignidad.
Debido al alto grado de desnutrición que los prisioneros sufrían, era natural que el deseo de procurarse alimentos fuera el instinto más primitivo en torno al cual se centraba la vida mental.(Pág. 27)
Durante la última parte de nuestro encarcelamiento, la dieta diaria consistía en una única ración de sopa aguada y un pequeñísimo pedazo de pan. Se nos repartía, además, una «entrega extra» consistente en 20 gr de margarina o una rodaja de salchicha de baja calidad o un pequeño trozo de queso o una pizca de algo que pretendía ser miel o una cucharada de jalea aguada, cada día una cosa. (Pág. 27)
Los que no hayan pasado por una experiencia similar difícilmente pueden concebir el conflicto mental destructor del alma ni los conflictos de la fuerza de voluntad que experimenta un hombre hambriento. (Pág. 28)
El momento más terrible de las 24 horas de la vida en un campo de concentración era el despertar, cuando, todavía de noche, los tres agudos pitidos de un silbato nos arrancaban sin piedad de nuestro dormir exhausto y de las añoranzas de nuestros sueños. (Pág. 29)
En la mayoría de los prisioneros, la vida primitiva y el esfuerce de tener que concentrarse precisamente en salvar el pellejo llevaba a un abandono total de lo que no sirviera a tal propósito, lo que explicaba la ausencia total de sentimentalismo en los prisioneros. (Pág. 29-30)
Desde la Logoterapia, esta necesidad urgente por la comida refleja un instinto básico de supervivencia que, aunque elemental, también puede ser interpretado como una búsqueda de sentido en circunstancias desesperadas. La logoterapia enfatiza que, incluso en medio del sufrimiento más profundo, los individuos pueden encontrar un propósito, como la mera conservación de la vida, que puede ayudar a preservar su bienestar psicológico y espiritual frente a las condiciones más adversas.
Durante el invierno y la primavera de 1945 se produjo un brote de tifus que afectó a casi todos los prisioneros. El índice de mortalidad fue elevado entre los más débiles, quienes habían de continuar trabajando hasta el límite de sus fuerzas. (Pág. 31)
A pesar del primitivismo físico y mental imperantes a la fuerza, en la vida del campo de concentración aún era posible desarrollar una profunda vida espiritual. No cabe duda que las personas sensibles acostumbradas a una vida intelectual rica sufrieron muchísimo (su constitución era a menudo endeble), pero el daño causado a su ser íntimo fue menor: eran capaces de aislarse del terrible entorno retrotrayéndose a una vida de riqueza interior y libertad espiritual. (Pág. 32)
Desde la Logoterapia, esta capacidad para encontrar sentido y mantener la libertad interior, incluso en medio de la adversidad, es vital. Las personas con una vida intelectual y espiritual rica podían refugiarse en su mundo interior, protegiendo su identidad más profunda. La logoterapia resalta que la búsqueda de sentido y la conexión con un propósito superior pueden ofrecer una fuente de fortaleza y resistencia frente a las circunstancias más extremas.
